viernes, 5 de noviembre de 2010

DÖNER II: El Cordero Ninja

Mi prima Jacinta siempre ha sido la oveja negra de la familia. Así que
cuando una panda de sodomitas invertidos me despellejaron (que conste que
no los llamo sodomitas invertidos por faltar a los gays, que una cosa es ser gay
y otra cosa es ir como ellos…), fui donde la Jacinta con una esquiladora. Sé
que pensaréis que la esquilé para hacerme un traje Ninja. Sí, con lo que pica la
lana. No, lo que hice fue hacerme unas bermudas para ir a unos telares. Allí
me compré un traje Ninja.
Ataviado con mi nueva indumentaria, desenterré mis letales armas: una
katana modelo Hanzo made in Toledo, unos cuantos surikens (estrellas Ninja),
dos dagas, una Walter PPK y un disco recopilatorio de OT. Rebusqué en
los cajones mis fotos de los concursantes de Gran Hermano. No las encontré.
Eran letales, pero también ridículas.
No sabía bien qué camino seguir. Estuve dudando un poco, hasta que
recordé una cosa. Fui al granero y, bajo una trampilla, extraje un cristal verdoso.
En cero coma estaba en el Polo Norte, en el interior de un castillo de cristal.
Mi padre extraterrestre (no, no lo era, pero bien pensado, tenía gran parecido
a E. T.) me aconsejó dónde ir.
En cosa de ocho minutos (paré a comer un pincho en la Laurel), estaba en
el Argos. Tenía que imaginarlo. Los muy gilipollas le habían puesto a su barco
Argos de nombre, que es exactamente como se dice barco en griego. Esto es
como si a las rosquillas las llamas donut. El caso es que estaba en ese maldito
barco, de noche. Podría haber puesto unas bombas y haber mandado a ese
barco a la m… bien, y así ahogar a esos hijos de puta. Pero decidí hacerlo poco
a poco.
Para acojonar, primero me cargué al único hetero del barco. Aparecí entre
las sombras, le pegué de lo lindo y lo cogí por la pechera. Él me preguntó
quién era. Yo, solo para asustar, utilicé mi voz gutural y le dije:
-¡Soy Dönner!
Pasaron dos días sin que me cargara a nadie más. Recuerdo que estuve
ocupado. Vi a un tío calvo, así un poco neurótico, y decidí reírme de él. Todas
las noches lo sodomizaba de lo lindo, a saco, para que al día siguiente no se
pudiese levantar. Hay que decir que eso me tenía ocupado, pero cuando encontré
la manera de cargarme al resto de marineros mientras enrojecía las posaderas
del cartoniano, retomé mi tarea inicial.
No recuerdo quien fue el siguiente, si el cocinero, el vigía o quien, pero
esta vez se montó un buen revuelo. Claro, como era un invertido sodomita…
del hetero nadie se acordaba, pero de éste sí. Bien, vale, sé que no está bien
llamarlos invertidos sodomitas cuando yo todas las noches… pero seamos claros,
ese calvorota tenía unas tetas…
En total, que según me iba cargando a la gente, a ellos les empezaron a
entrar terrores nocturnos, pusieron vigías, empezaron a idear teorías conspiratorias…
pero no tengo espacio para contaros más. ¿Queréis enteraros de lo
que pasó? Ah, haber comprado las memorias de Dönner, que estuvo ocho meses
en las librerías y sólo vendí dos ejemplares. Ala, un saludo y un abrazo,
adiosadiosadios…

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